TOMA EL CONTROL DE TUS EMOCIONES

TOMA EL CONTROL DE TUS EMOCIONES

Las emociones que experimentamos en nuestro día a día son útiles, nos permiten ajustarnos a las demandas de nuestro entorno, alcanzar nuestras metas, comunicarnos con los demás, etc. Sin embargo, las emociones pueden suponer una fuente de malestar en la medida en que no las gestionamos o manejamos adecuadamente.

Hoy os ofrecemos algunas de las estrategias que podemos poner en marcha  para influir sobre las emociones que tenemos, cuándo las tenemos y cómo las experimentamos y expresamos a través de cambios en nuestra forma de pensar y comportarnos.

Para influir sobre qué emociones experimentamos podemos alterar su desencadenante, por ejemplo, seleccionando la situación a la que nos enfrentamos, modificándola, dirigiendo nuestra atención sobre diferentes aspectos de la situación o modificando nuestras valoraciones sobre la misma. Por otro lado, una vez estamos experimentando un estado emocional, podemos influir sobre el tipo y/o magnitud de la experiencia interna, así como los diferentes modos en que podemos expresarla externamente.

ESTRATEGIAS DE REGULACIÓN EMOCIONAL:

Selección de la situación: Las situaciones a las que nos enfrentamos nos pueden producir emociones, por lo que podemos anticiparlo. Por un lado, podemos evitar aquellas situaciones que sabemos que pueden generarnos emociones desagradables (p.ej., coger una ruta diferente para ir a comprar con tal de evitar a un conocido que nos suele hacer bromas ofensivas a pesar de nuestras peticiones de que no lo haga). Por otro lado, podemos buscar o acercarnos a aquellas situaciones que creemos que nos van a producir emociones agradables o amortiguar las desagradables (p.ej., ir en busca de un amigo con quien poder desahogarnos tras una discusión con nuestra pareja).

Modificación de la situación: Ante situaciones sobrevenidas que nos producen una emoción desagradable, podemos adaptarnos y crear una situación alternativa que mejore esa emoción, centrándonos en el problema y buscando la mejor solución. Por ejemplo, que se pinche la rueda del coche cuando estamos de camino a una reunión importante, no es una situación que elijamos. Sin embargo, seguramente disponemos de alguna alternativa para solucionar o mejorar esa situación, como convertir la reunión en una comunicación vía telefónica.

Cambio del foco atencional: Cuando estamos en una situación que nos produce cierto malestar, podemos decidir centrar nuestra atención en otros aspectos que nos faciliten el afrontamiento de la misma. La distracción consiste en dirigir nuestra atención hacia aspectos de la situación que no sean emocionales, como cuando tarareamos una canción antes de entrar a una cita importante con nuestro jefe. La concentración, en cambio, es la habilidad para atender por completo a una tarea centrándonos en los aspectos positivos o neutros de una situación, como cuando decidimos leer una revista en la sala de espera mientras esperamos o llamamos a un amigo.

Cambio de pensamiento: El cambio de pensamientos supone buscar otros posibles significados para una situación que valoramos como importante y que nos genera malestar al no alcanzar nuestros objetivos. Por ejemplo, cuando experimentamos un fracaso con respecto a un objetivo, como que nos rechacen en una entrevista de trabajo, lo podemos reinterpretar como un éxito con respecto a otro objetivo (haber superado las fases previas compitiendo con otros aspirantes muy capacitados), o por lo menos, como un evento del que podemos aprender (esforzarnos nos ha llevado a superar fases de la entrevista, por lo que nos podemos preparar para futuras oportunidades y aprender de los errores).

Modulación de la experiencia y expresión emocional: Al sentir una emoción, resulta imprescindible reconocer aquello que estamos experimentando y comprender qué es lo que nos está señalando para poder actuar en concordancia con nuestros valores, metas y necesidades. Por ejemplo, ante una discusión con un amigo, enfadarnos nos permite reconocer una injusticia y defendernos ante la misma. Sin embargo, puede resultar necesario modular la activación fisiológica que nos genera la emoción antes de pasar a la acción para no actuar impulsivamente y que esto genere otros problemas (p.ej., utilizando alguna técnica de respiración o relajación). También podemos manejar la forma en la que expresamos de manera externa esta emoción, modulando nuestro comportamiento (p.ej., reduciendo el tono de voz, disminuyendo los movimientos corporales y los gestos).

Amanda Barberá, psicóloga de Camins

 

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