DOLOR CRÓNICO
Cómo abordar el dolor crónico
El dolor se define como una respuesta válida e innata a través de la cual se favorece la supervivencia del individuo, y es que nos alerta, nos avisa de que algo está resultando nocivo o no está funcionando correctamente en nuestro organismo. Así, cuando nos acercamos por primera vez a un fuego y nos quemamos, sentimos dolor, este dolor es el que nos está señalando la necesidad de quitar nuestra mano del fuego y nos recuerda que no debemos volver a ponernos en contacto directo con él.
Bien, ahora imagina sentir dolor todo el tiempo o gran parte de él, esto es lo que les ocurre a los afectados con enfermedades como la fibromialgia, cáncer, artritis, cefalea crónica…
Y es que hay que tener presente que el dolor crónico es normalmente destructivo tanto a nivel físico, psicológico e incluso social y es que los factores psicológicos pueden amplificar el dolor persistente y aparecer de manera desproporcionada en relación con los procesos físicos identificables causantes del mismo.
Para su tratamiento psicológico es importante basarse en estrategias para el control de los factores actuales que mantienen el problema como pueden ser hábitos aprendidos y el ajuste del estilo de vida por el dolor. De igual modo es vital que el sujeto mantenga una actitud activa, que exista un diálogo fluido entre el profesional de la salud y el paciente.
Entre los objetivos a establecer para mejorar la calidad de vida del paciente dentro del área psicológica encontraríamos: aumentar el nivel de actividad física, minimizar o a ser posible eliminar la medicación relacionada con el dolor, modificar relaciones familiares y sociales, eliminar la dependencia a hospitales y otros profesionales de la salud y reducir las quejas del paciente.
Para conseguir estos propósitos contaríamos con diversas estrategias:
Para controlar el dolor:
Técnicas de relajación para disminuir la activación fisiológica y la ansiedad
Técnicas de desviación de la atención: se basan en la concentración en estímulos diferentes a los que generan el dolor así conseguimos disminuir la ansiedad e incrementar el umbral de tolerancia.
Para el control de precipitantes:
Reestructuración cognitiva: Se basa en encontrar todo pensamiento distorsionado y de índole catastrofista en relación con la enfermedad para influir así sobre emociones y por tanto sobre las conductas asociadas.
Inocuación de estrés: Consta de 3 fases, una educativa para que el paciente entienda el peso que tienen los pensamientos tanto sobre emociones como sobre las respuestas a eventos estresantes, otra fase de adquisición de habilidades de afrontamiento donde se practican las mismas y una última de aplicación y seguimiento.
Para mejorar las relaciones familiares y sociales:
Entrenamiento en solución de problemas: Capacita al paciente para un adecuado manejo de situaciones complejas y de toma de decisiones que surgen como consecuencia de su patología en su entorno social.
Entrenamiento en habilidades sociales: Un déficit en esta área puede generar múltiples problemáticas en el día a día del paciente y afectar negativamente a su enfermedad. Importante trabajar en esta área la asertividad.
Es importante recalcar lo crucial que es que se realice un abordaje interdisciplinar entre los diferentes profesionales de la salud, el paciente y la familia. El paciente debe ser un agente activo (en la medida de lo posible) que participe en las decisiones que atañen a objetivos y planificación de la intervención. Así también este proceso de intervención no solo debe centrarse en las conductas que no resultan adecuadas del individuo sino en potenciar aquellas que sí, aquellos recursos de los que ya dispone el paciente que favorecen el control y recuperación de la enfermedad.
Lorena Ramos, equipo Camins